Memoria social de la población Santiago (1966-2017)

Por: Daniel Fauré (Editor)

A mediados de la década del 80, en pleno proceso de resistencia popular a la Dictadura Cívico-Militar, comenzaron a publicarse diversas “historias locales”. Nacidas, en algunos casos, como iniciativas autónomas de pobladores/as y organizaciones de base o, en otros, con el apoyo de grupos de profesionales comprometidos con los procesos de lucha popular, estas producciones democratizaron el discurso histórico nacional mostrando procesos pasados y presentes de “historicidad” popular (es decir, de capacidad o poder para hacer historia).

La transición “sin pueblo” que vino después boicoteó las formas de protagonismo popular y, con ello, estas historias locales desaparecieron. Sin embargo, hoy experimentamos un nuevo auge de éstas, ahora bajo el rótulo de “memoria social”. Mucha agua ha pasado bajo este puente: por un lado, aprendimos que la historia no era solo un conjunto de datos sino su interpretación y que, al recordar colectivamente, no estamos solo “recuperando una historia que podría morir en el olvido” sino, al mismo tiempo, estamos “recreando el pasado en el presente”. Es decir, salimos de una fase ingenua donde las historias locales eran para hacer una contracara “objetiva” de la historia oficial y aprendimos que el interpretar nuestro pasado como mejor nos parezca, colectiva, intersubjetivamente, es una virtud, un verdadero “poder hermenéutico”. Una herramienta de lucha.

Como editorial -y, en particular, con la colección RetroVisor-, apostamos a apoyar y visibilizar estas “memorias sociales” e “historias locales” por tres razones: la primera, porque en ellas se plasman aquellos momentos donde, como pueblo, hemos sido protagonistas de la historia: sea ocupando un terreno, o enfrentando las necesidades económicas y la barbarie dictatorial. Momentos que el poder de los de arriba busca invisibilizar y borrar de nuestra memoria colectiva porque son la demostración de que el pueblo, cuando se organiza y actúa colectivamente, se vuelve invencible.

La segunda razón, es que creemos que los procesos donde se gestan estas “historias locales”, son procesos creativos donde las comunidades vuelven a activarse, dinamizando la cultura local poblacional y fortaleciendo los sentidos de pertenencia a la clase popular. En ese sentido, si las formas de hacer historia y recrear la memoria son participativas -como lo es en el caso de este libro- no solo generan un “producto final” de calidad sino, y quizás de manera primordial, son un ejercicio de educación popular en el que las comunidades recuperan la palabra para nombrar su pasado, comprender su presente y proyectar un futuro.

Y la tercera razón es que sabemos que las “historias locales” se mueven continuamente en el límite entre ser “local” y ser “localistas”. Es decir, que corren el peligro de quedar encerradas exclusivamente en los límites del barrio o población que les dio sentido. Por ello es necesario hacer un ejercicio doble: por un lado, saber cuestionar y tensionar lo particular de cada población o barrio con una dimensión más amplia -lo nacional, lo global- (elemento que en este libro se logra); y, por otro lado, se requiere que estas “historias locales” salgan al encuentro de públicos más amplios, donde otras comunidades territoriales puedan reflejarse en ellas, buscando elementos comunes y de disidencia, para ir generando diálogos populares y críticas constructivas, que permitan reconocer las particularidades pero, a la vez, ir buscando la unidad en la diversidad popular.

Editorial Quimantú / Mayo de 2018

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Departamento de Historia

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